viernes, 16 de abril de 2010

Venezuela en la encrucijada ( I )

"Venezuela se liberó, y se liberó para siempre. Hugo Chávez Frías”. Con esta frase impresa en un cartel de gigantes dimensiones y acompañada de una fotografía del mismo Chávez te da la bienvenida el Aeropuerto Internacional de Maiquetía en Caracas. Como pude descubrir posteriormente, esta apelación a la libertad es ciertamente contradictoria con lo que luego me encontré en mi recorrido de una semana por este país lleno de contrastes y que vive en los últimos años una situación política, económica y social tremendamente conflictiva y de difícil solución.

La primera de las sorpresas ocurre mientras estás pasando el control de pasaportes más exhaustivo de toda Sudamérica y te das cuenta que no son los minuteros de los relojes del aeropuerto los que están estropeados, sino que la hora en Venezuela es diferente a la de cualquier otro país. Y es que, como me explicaron más tarde, un domingo del año 2007, en su programa de radio y televisión ¡Aló Presidente!, Chávez llegó a la conclusión que ningún huso horario se adecuaba al pueblo venezolano y decidió retrasar la hora 30 minutos diferenciándose con ello de los países que le rodean. Excentricidades como ésta hay en Venezuela suficientes durante los últimos años como para escribir todo un libro, pero una de las más impactantes es la que se refiere a los símbolos patrios. En 2006 se añadió una estrella a las siete que ya incluía la bandera en honor a Simón Bolívar y el caballo que aparece en el escudo del país cambió su mirada hacia la izquierda después de siglos mirando al lado derecho. Sería cómico si no fuese porque la renovación de todas las banderas, escudos y uniformes del país supuso una importante partida de los presupuestos que bien se había podido emplear para cubrir necesidades más básicas.

De la siguiente sorpresa ya estaba avisado. Una vez que pasas el control de pasaportes todos los trabajadores del aeropuerto -desde los agentes de seguridad hasta el personal de limpieza- te ofrecen cambiar dólares por pesos bolivarianos a un precio hasta cuatro veces mejor del que marcan los bancos. Es el mercado paralelo del dólar, causado entre otras razones por un tipo de cambio oficial controlado por el Gobierno desde hace años y por las restricciones que los venezolanos tienen para conseguir estas divisas. Los altos niveles de inflación en el país (25% en 2009) son una de las consecuencias de esta discutible política económica.

El trayecto desde el aeropuerto a Caracas te permite apreciar toda la iconografía que acompaña al régimen chavista. Desde el “Patria, Socialismo o Muerte” que aparece en la fachada de todos los edificios gubernamentales a las imágenes del Che, Fidel o Chávez junto a Simón Bolívar que llenan todos los muros de la ciudad y en donde también se glosan los logros de la revolución bolivariana así como las maldades del capitalismo y los EEUU. Parecería por esos carteles que todo son éxitos y avances, pero basta con poner un pie en Caracas para comenzar a darte cuenta de que la realidad dista mucho de lo que esos murales te quieren hacer creer.

Es en Caracas donde más crudamente se vive uno de los grandes problemas que asola Venezuela, la inseguridad ciudadana. Esa sensación de miedo a ser atracado, o incluso asesinado, sale a relucir en todas las conversaciones que mantienes con los venezolanos, independientemente de su nivel de renta. La capital es el máximo ejemplo de la impunidad con la que actúan las bandas de delincuentes. Ocho de cada diez caraqueños ha sufrido un acto delictivo en el último año y Caracas se sitúa actualmente como la capital más violenta del continente americano con una media de siete asesinatos diarios. Caminar durante la noche por cualquier parte de la ciudad está absolutamente desaconsejado. Las causas son múltiples pero muchos coinciden en que la corrupción a todos los niveles en los cuerpos de seguridad y la falta de recursos para hacer cumplir las leyes están entre las principales.

El Gobierno no es capaz de proporcionar seguridad a sus ciudadanos pero tampoco consigue garantizar el suministro de electricidad en un país que si por algo destaca es por su riqueza en recursos naturales, especialmente petróleo. La situación ha llegado hasta tal punto que el Gobierno ha impuesto en el último mes a todos los hogares y empresas una reducción del consumo del 20% y ha fijado sanciones a los consumidores que no alcancen este objetivo. Así, si no bajas el consumo, los funcionarios del Gobierno colocan en tu hogar o empresa una cartulina roja y sin ningún tipo de arbitraje previo ni posibilidad de alegaciones proceden a cortar la electricidad durante al menos un día, con las consecuencias que ello tiene para industrias y comercios. En este mundo al revés que es Venezuela los ciudadanos no pueden culpar al Estado de su incompetencia en la gestión de los recursos sino que es el Estado el que culpa a los ciudadanos por su elevado consumo de electricidad. Y de entre todos los venezolanos los caraqueños se pueden sentir agraciados, porque en el resto del país se producen cortes de electricidad programados durante varias horas cada día para evitar el colapso total del suministro. Por ello, en estos últimos meses, muchas empresas han reducido a la mitad su jornada de trabajo para ajustarse a los cortes de electricidad o para reducir el consumo y es frecuente ver los comercios iluminadas con velas o las cafeterías vacías porque no pueden encender los aparatos de aire acondicionado. La situación es tal, que en una medida sin precedentes y con la excusa de reducir el consumo eléctrico, el presidente Chávez decidió por sorpresa decretar festiva toda esta Semana Santa para alegría de los trabajadores.

A la falta de electricidad hay que sumar en la mayoría de las regiones la falta de agua corriente. En Valencia, tercera ciudad en población y extensión de Venezuela, se producen cortes que suponen la imposibilidad de utilizar el agua durante dos o tres días cada semana. Es cierto que el país está sufriendo un periodo de sequía del que no se puede culpar al Gobierno pero tampoco se puede obviar que en los últimos años los grandes beneficios obtenidos a través de la venta de crudo no se han destinado a mejorar unas infraestructuras que se han quedado completamente obsoletas.

A veces, uno llega a creer que nada funciona en Venezuela y esta sensación es mayor con todas aquellas empresas que el Gobierno ha nacionalizado para poder controlar y explotar directamente por medio de funcionarios afines: eléctricas, petroleras, telecomunicaciones, cadenas de supermercados, bancos, hoteles, compañías aéreas, etcétera. Nadie en Venezuela parece beneficiarse de esta obra revolucionaria; nadie excepto los más de dos millones de funcionarios que trabajan para empresas del Gobierno. Destaca entre ellos la nueva clase social que crece en Venezuela al cobijo de Chávez,”la boliburguesía”, formada por altos cuadros de Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) que se enriquecen día tras día mientras el resto del país avanza inexorablemente hacia el abismo.

1 comentarios:

dalpac dijo...

Mejor contado, imposible. Con la tristeza que supone que cada línea sea cierta.
Excelente primera parte de tus memorias venezolanas. Si se puede, me tomo la libertad de reproducirlas en mi blog, donde, por cierto, acabo de escribir del bicentenario de nuestra independencia.
Daniel